7305 días después, otra copa
Artífice necesario del título sub 20 de Argentina en 1997, el ex futbolista Diego Quintana hace un balance de su carrera y habla de su mundo. Entre futbolistas que se vanaglorian por manejar un BMW y ser tapa de diarios, él esquiva las notas, recuerda un viaje al Tíbet y cuenta por qué rechazó los millones petroleros de Dubai.
Por Eric Szpolski
Sé dónde ir para encontrar la palabra que quiero escuchar. San Corcho. Abro el “Google Maps”, el programa por excelencia para buscar/encontrar direcciones. Hago click en el ícono de la lupa y busco el nombre del lugar. San Corcho, se llama. Está dentro del rubro del comercio. En el lugar, se venden bebidas. Alcohólicas, entre otras. Una vinoteca, para hablar en criollo. 4G y wifi mediante, la aplicación hace su gracia y estoy allí.
Me encuentro a pocas cuadras del estadio Marcelo Bielsa, “el Coloso” del Parque Independencia. Toda una causalidad para este jugador, tan identificado con la Lepra y que, justamente, hiciera el primer gol del estadio luego de su última remodelación el 20 de marzo de 1997. El detalle, es que el gol… se lo hizo a Newell’s. Él, tenía la camiseta celeste y blanca. La de Argentina. Y aquel equipo que integraba, volaba futbolísticamente. Tres meses después de aquel partido, lo demostraría de acá hasta Malasia. Y entre Riquelmes, Aimares, Samueles, Cambiassos y Pekermanes, este futbolista sería un protagonista imprescindible.
Como si fuera una escena de película, la primero que veo de Diego Jesús Quintana es él, de espaldas, y acercándose a su local con paso sosegado y tranquilo. Es mediodía en Rosario. Lo reconozco por su pelo lacio, copioso y morocho, característico de cuando lo veíamos en TV defender la camiseta de “esta” mitad de la ciudad. Día frío, está vestido con campera de cuero y jeans sueltos en la cintura. Así, mientras dialoga con unos hombres canosos, espero a que se de vuelta para saludarlo.
Mis recuerdos de “Quintanita” son difusos pero sólidos. Debutó en Newell’s en 1996 y se fue al Murcia de España en 2001. Hasta ahí, uno podía encontrarlo en algún resumen televisivo del fútbol ibérico. Pero luego, la postergación mediática. En resumen, su carrera prosiguió en un paso de seis meses por Instituto de Córdoba en 2004 y otro de igual duración en 2005 por el Barcelona de Ecuador, para a continuación recalar en el fútbol griego. Skoda Xanthi se llama el equipo en el cual Quintana llegó a ser capitán, referente del plantel, querido por la hinchada y donde se retiró en 2011. Jugó fases previa de Copa UEFA y, aunque en aquel campeonato es una contienda lógicamente épica arrebatarle el torneo a Olympiakos y Panathinaikos (en síntesis, desde 1995 hasta la fecha se repartieron todos los títulos), llegó a hacerse un nombre en una liga representativamente física, táctica y de ideas defensivas (para más información del fútbol griego, buscar partidos de Grecia en la Eurocopa 2004, en la cual fue campeón con siete goles a favor y cuatro en contra en seis partidos).
La cara de Diego denota sutilmente el paso de los años. Ya dio 39 vueltas al sol. Será por el abrigo o por el paso del tiempo que su cuerpo acusa algunos kilos de más, en comparación al del veloz y habilidoso mediapunta que descollaba con Damian Manso en aquel equipo de Newell’s dirigido por Andrés Rebottaro.
La tenue barba en el mentón le agrega seriedad a un hombre que uno lo recordará eternamente pibe. Rápidamente, si uno ve su ropa y su actitud, hace reminiscencia a los viejos rocanroleros estadounidenses de los años ‘80. La música de la vinoteca acompaña: durante el encuentro sonarán Whitesnake, Europe, Bon Jovi, Ozzy Osbourne y Def Leppard. Quintana, justamente, se define como “un baladero”. En Grecia aprendió a tocar la guitarra y agrega una curiosidad: él, que ha jugado torneos y copas en todo el mundo (en su juventud hacía de local en la cancha de Newell’s, con lo que eso significa), consideró “más adrenalinico tocar covers de rock and roll en un pub de 500 personas en Grecia que jugar para 40.000 personas”, y agrega: “Era natural para mi jugar al fútbol. Lo hice desde los cuatro años. De hecho, no tenía plan B. Era jugar al fútbol o nada. La guitarra me preocupa más porque puedo pifiar, ja”.
La oficina de Diego, es decir, su vinoteca, es un negocio rectangular, donde las heladeras y vinos en exposición hacen al clima intimista del lugar. Distintos malbec, bonarda, blancos, cabernet, rosados, cervezas, whiskys y bebidas espirituosas varias, casi que dialogan con los clientes. “Los vinos que más me gustan son el “Blend”, de La Espera, y el “Alma Negra”, de Ernesto Catena”, se anima a estimar el ex futbolista, aunque describa su función en el negocio como “administrativa”. Hace tres años que abrió el establecimiento con algunos amigos, coincidencia o no con el nacimiento de su primer hijo, Simón, fruto de la relación con su actual mujer, María Victoria. Dos años más tarde, llegaría Juana para seguir agrandando la familia.
Después de invitarme a pasar con una amable sonrisa (en ese momento ya no hay dudas que estoy con Diego Quintana, ex jugador de Newell’s y campeón sub20 con Argentina en el Mundial de Malasia 1997), pasamos al fondo de la vinoteca y, bajando unas escaleras, se encuentra la bodega y el depósito. En el medio de la habitación, una larga mesa de madera rodeada por un par de banquitos, del mismo material. Allí será la entrevista, me doy cuenta, aunque Diego se disculpe por algunos resabios de “una catita que hicimos ayer con amigos”. Copas con gotas de vino secas se ordenan a punto de ser higienizadas. 7305 días después (o lo mismo que decir 20 años) del Mundial de Malasia, Diego Quintana levanta y hace levantar otra copa. Ahora, la de vino.
“Con esos jugadores no te podías desconcentrar. Imagínate que Aimar, Cambiasso o Riquelme te tiren un pase y vos estés en otra cosa. Hacías un papelón, ja”. Sonríe Quintana al recordar al equipo que dirigía José Néstor Pekerman. Y no es para menos: no solo ganó el Mundial, también se dio el gusto de eliminar a Inglaterra en 8vos, a Brasil en 4tos y de ganarle el título a Uruguay, en la final. Para hablar bien y claro, a ese equipo no le quedó un clásico por ganar. Así lo rememora el ex futbolista: “La verdad es que era un equipo bárbaro. Nos entendíamos de memoria. Tal vez fue por el tema de la edad y la juventud, que teníamos los mismos sueños y los mismos problemas, estábamos en armonía con todo el plantel. Viajamos a Singapur 40 días antes del Mundial, para hacer la gira previa, y nos dábamos cuenta que a todos los equipos les pegábamos un ‘toque’ bárbaro. En Argentina recuerdo el partido contra Newell’s y otro contra Racing. En Asia, también. Después, cuando llegamos a Malasia, ya sabíamos que íbamos a ganar el campeonato”.
En aquel torneo, Quintana iba en velocidad por los costados. Se juntaba con alguno de los volantes ya mencionados y luego levantaba la cabeza, miraba al área, y buscaba a un joven Bernardo Romeo. O a veces recibía de Placente, o Walter Samuel, y buscaba el arco mediante la individualidad. Pero le faltaba el gol. Ya había tenido algunas posibilidades. La más clara, recuerda, en semis contra Irlanda. Escalada por derecha de su compadre Lionel Scaloni (también juvenil de Newell’s), centro atrás a la llegada, en carrera, de Quintana y… “La mandé a la mierda por encima del travesaño”, recuerdo el ex delantero, y agrega: “Le pegué muy fuerte. Me quería matar. Pero se ve que algo de eso me quedó en la cabeza…”.
La noche del 5 de julio de 1997 será inolvidable para todo ese plantel argentino. Sería redundante seguir nombrando cracks. Más aún, enumerar los títulos locales e internacionales que lograron a lo largo de su carrera. Pero ese día, el partido que enfrentaba a Argentina con Uruguay por la final del campeonato sub 20, tendría un protagonista especial.
Partido cerrado. 1–1. El mediocampista Pablo García (quien militaría en el Milán y Real Madrid a lo largo de su carrera, entre otros) abrió el marcador para Uruguay con un tiro libre de fenómeno. Algunos minutos después, Esteban Cambiasso, de cabeza, igualaría las acciones.
Promediaba el minuto 43 del primer tiempo. Escalada de Scaloni por la derecha tras gran pase de Riquelme. El volante lucha con la defensa uruguaya por la posesión de la pelota. Con dificultad, gana, y tira el centro atrás, casi cayéndose. Ahí aparece Quintana, a la carrera, para sacudir ¿Deja vú? Nada de eso: toque con cara interna, poca fuerza pero mucha dirección, pelota cruzada y a buscarla al fondo de la red. Festejo y abrazo con Romeo. “Desde los 15 años soñaba con meter un gol en una final, ¿sabes lo que fue?”, se pregunta y casi que responde al mismo tiempo el autor de ese gol.
¿Por qué se retiró Quintana? Él mismo trata de explicarlo: “El fútbol era mi vida, pero ya había dado vuelta la página. Mi cabeza había madurado”. La aclaración cabe, tenía 33 años. Una edad para seguir en Grecia o para volver a Argentina. Incluso, cuenta, recibió dos ofertas concretas: una para jugar en Dubai, la cual rechazó porque “hubiera ido a chorear” y otra para ser manager del Skoda Xanthi, que también rechazó porque todavía había gran parte del plantel que él había integrado y no quería comprometer sus valores (la amistad, el respeto y la solidaridad) con lo profesional.
Al contrario de lo que uno puede imaginar que hace un jugador post-retiro (ser DT, representante, dirigente y, últimamente con más regularidad, periodista), Quintana eligió viajar. Se fue de mochilero. A China, el Tíbet y terminó en India. Viajó horas y horas en un tren con destino al Himalaya. Cuando finalmetne llegó, acampó y durmió dentro de una carpa que era abrazado por las montañas heladas, mientras en el exterior la temperatura acariciaba los -35°. Se cruzó viajeros de todas las nacionalidades que uno se pudiera imaginar: europeos, sudamericanos, asiáticos y de todo el mundo. “Una experiencia muy rica. Recuerdo estar en los hostel de la zona y estar constantemente cruzándome holandeses, suizos, chilenos o coreanos en las habitaciones y la sala de estar. Ahí yo era un par de los viajeros, no me sentía para nada un ex-deportista”. Para leer entre líneas, se alejó del mundo del fútbol. Después del retiro, Diego, el ex Newell’s y selección Argentina sub 20, quiso engordar su espiritualidad y no su billetera.
Hoy en día, aunque se evidencia su pasión latente por el fútbol, prefiere hablar de la familia y los amigos que del 4–4- 2 o el 4–2-3–1. Se volvió vegetariano y maestro de reiki (según Wikipedia, una forma de medicina alternativa budista con origen en Japón). Asegura que no le agarró el famoso “bajón” del día después del retiro, como le llaman sus amigos futbolistas. Todavía los hinchas de toda la ciudad (incluidos los de Rosario Central) lo saludan y algunos le consultan “para cuándo la vuelta”. Pero él ya cambió de página. Está escribiendo otro libro. Más espiritual y menos capitalista. Se alejó del consumismo del fútbol. En la carrera donde los juveniles quieren meter un gol para que su representante les preste el BMW, él eligió otro camino.
Agradece a sus padres, Osvaldo y Zara Zulema, y asu hermana Vanina (“la que más sabe de fútbol”) por haberlo bancado. Quintana dejó el secundario a los 17 años para ser jugador de fútbol. Y si la familia no quería, él no hubiese podido hacerlo. Tal vez, la espiritualidad nazca de eso. De la semilla de un gesto sencillo que, unos años después, puede florecer en un cambio de pensamiento y un ejemplo distinto y sano. Para cualquiera que quiera ser futbolista.